Trivialidad de los bienes

Uno más que otro, todo concepto nos enfrenta al problema de la delimitación de la esencia que abarca. La trivialidad de los bienes en la propuesta de uso de la que aquí me valgo no nos libra de esto.

Algunos ejemplos son la mejor forma de ilustrar esta problemática.

Trivial no significa de poca utilidad. Por el contrario, algunas cosas triviales desde el punto de vista de la economía son esenciales para la vida. Sin el aire, por ejemplo, no es posible la existencia humana. La atmósfera terrestre proporciona este compuesto en las cantidades y proporciones adecuadas. Dejando a un lado las preocupaciones cada vez mayores propias de la actualidad, en que la humanidad inflige mediante su actividad una huella cada vez mas importante a su entorno, incluida aquella que va dejando en la calidad del aire que respiramos, no es la creación del aire (o su regeneración) un propósito inmediato de la economía. Sin embargo, en determinadas condiciones surge la necesidad de generación de este medio de vida, o mas bien de garantizar su presencia por medio del almacenamiento. Esto, para poder respirar en un habitat extraño a los humanos: un medio acuoso, el espacio exterior, o en un local en que, por alguna razón, la atmósfera ha quedado enrarecida, ya sea debido al desplazamiento del aire respirable por un gas más pesado, o por haber sido consumido por un incendio, o simplemente por la presencia de sustancias tóxicas que hacen dicha atmósfera incompatible con la vida. En estos casos la utilidad del aire no es trivial precisamente por su ausencia en cantidades abundantes y con las cualidades apropiadas. El propio aire de inicio, material para el almacenamiento, sigue siendo un bien trivial del que se dispone libremente, adquiriendo valor el aire almacenado, que se nos presenta en una unidad que es más que el propio aire comprimido, incluyendo los medios de su almacenaje, como un balón de respiración artificial. El aire con que este último se llena no nos cuesta nada. Nos cuesta el proceso de almacenarlo.

Es difícil sobrevalorar la importancia de la luz solar para la vida en la tierra. Ella es la responsable de múltiples procesos que transcurren sin ninguna intervención de los humanos. Similar al aire, la luz solar se encuentra a libre disposición, si se dan las condiciones meteorológicas adecuadas, cuando se pretende utilizarla directamente, como para la generación de energía eléctrica en celdas fotovoltaicas. Una característica significativa de la luz solar es que su abundancia está sujeta a oscilaciones periódicas, lo que generó una de las primeras necesidades de innovación del los humanos, precisamente la de dominar el fuego en su beneficio, supliendo con ello la falta de luz solar para la iluminación y la proporción de calor. La luz y el calor de la hoguera ya no son un bien que pueda considerarse trivial, puesto que no se toma libremente de la naturaleza, cuesta un esfuerzo obtenerlo.

El aire, debido a su corporeidad gaseosa, tiende a ocupar todo el espacio en que transcurre generalmente la actividad humana. La luz del sol, aunque intermitentemente, también nos llega a todo lugar expuesto al astro rey, directamente o por reflexión en los objetos, y con ello prácticamente se propaga también a casi todo el habitat humano. La presencia universal del agua en la tierra , debido a su estado no gaseoso, (excepto en su forma temporal de vapor) no es tan acuciada. De hecho, acercarse a ella de una forma más permanente y estable fue quizá la siguiente gran necesidad de los humanos. Generalmente, una vez alcanzada, el agua es abundante. El agua se toma de las orillas de un río libremente, siempre y cuando éste sea lo suficientemente caudaloso. Un pozo para alcanzar el agua del manto acuífero no es un bien trivial, puesto que es necesario construirlo y ello conlleva a esfuerzo, pero el agua subterránea sí lo es, puesto que es relativamente abundante y no es creada por ningún esfuerzo humano. Hasta ahora me refería al agua potable, puesto que es en este estado en que es directamente consumible por los humanos. De la trivialidad del agua de mar caben pocas dudas, y no deja de ser fundamental para todo el ciclo de vida en el planeta. Cuando de ella se extrae agua potable no se crea agua en si, sino que se purifica, librándola del exceso de sales. Esto requiere un esfuerzo, con lo que el agua así obtenida ya no es un bien trivial, tampoco es abundante. Si lo fuera no tendría sentido extraerla. Se suele hacer en condiciones en que no abunda el agua potable, en zonas áridas cercanas al mar, o en los buques. En general, el agua es un bien abundante en la naturaleza. Crearlo artificialmente significaría un gran reto para la vida. El agua en abundantes cantidades es condición imprescindible para el origen de la vida.

Casi sin notarlo se han enumerado tres de los cuatro elementos de la naturaleza que se asocian desde tiempos ancestrales con la esencia de la vida: aire, fuego (luz) y agua. Faltaría prestar debida atencion al cuarto, la tierra. Es ante todo superficie de apoyo, la necesaria plataforma donde se desarrolla todo el quehacer humano. Su trivialidad, en principio más que evidente, es rápidamente cuestionada por el hecho de que la tierra alberga todas las demás condiciones de la vida. Éstas últimas se presentan adheridas a la tierra no homogéneamente, variando de lugar en lugar. Esta disimilitud de condiciones es sin duda la causa primaria de las luchas por el dominio territorial que se extiende hasta nuestros días. La fertilidad del suelo, un bien en principio trivial aprovechado en la agricultura, quizá sea una de las primeras bondades de la naturaleza que la humanidad aprendió a percibir extinguible, y por lo tanto exigente de un reacondicionamiento, o bien por suspensión temporal de la acción humana para dejar a la tierra recuperarse por sí sola (rotación de los cultivos), o directamente mediante el esfuerzo directo (abono). Éste último esfuerzo de recuperación es sin duda creación de valor, que queda así adherido a la tierra y no es un bien trivial.

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